miércoles, 27 de junio de 2012

El campamento argentino


La selva se detiene abrupta
donde congéneres árboles
cortados,
tomados para la causa,
pelados a hachazos
celebran el ingenio del hombre
en cientos de estructuras.
Carpas mangrullos cocinas.
Casuchas donde detener la selva.
Donde se detiene la guerra,
donde se recuerda la casa.
Troncos desbastados firmes.
Perros guardianes.
Soldados del orden.
Soldados y perros
a su sombra incompleta.
Ladran jubilosos los perros
al paso de la formación
perfecta geometría concertante
de la escuadra militar.
Vistosos los hombres en la parada
exhibiendo sus mejores ropas y armas de batalla:
elegantes modelos argentinos
en la pasarela viril,
de espaldas a la selva
y sus intrincados pasajes.
De espaldas al enemigo
que no desfila,
que espera en los bordes
con cuchillos entre los dientes.
Con un ejército de flacas calaveras
de lenguas rojas,
impacientes y rezongonas,
que espera en los bordes
a que sus hombres,
sus fieles inocentes
comiencen la obra.
La representación de la muerte,
la batalla arrasadora
que conquiste para ellas
caracúes y almas bellas y educadas
para manosear las vértebras
y sacudirlas en un cubilete
de cuero
mezlcándolas y preparándolas
para un nuevo armado.
Un entramado diferente
de cuerpos despojados
de su anterior estado
antropomórfico,
imagen y semejanza, dicen
de un creador
que los crió armoniosos y nobles.
Esperan las lenguas muertas
sorber de esos huesos
cuando la forma del hombre
sea violada por la naturaleza grotesca
de los machetazos a mansalva
y los empujones y desgarramientos del combate.
Multitud de nuevas formas y
combinaciones de cuerpos
derrotando la lógica de los tratados
de anatomía
de los estudios
con que los antiguos
definieran conceptos.
Esperan los paraguayos
a las puertas de la selva
en el linde con la naturaleza educada
a que los argentinos
en su eterna y confiada elegancia
terminen los desfiles y
las rutinas hermosas de la guerra
anterior a la batalla.

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