domingo, 1 de julio de 2012

La Triple Alianza. 0012 El campamento


Noticias
Ignatius, desciende de La Rueda
Y se interna en la selva paraguaya.

Descendido de la rueda
y devuelto a la guerra
sin disparos ni cañones
ni enemigos todavía
sólo cuerpos como ramas
como raíces como animales.
Muertos neutros.

Ignatius, a punto de reiniciar
su marcha concéntrica
sin reconocer recodos ni señales
ni estéticas
ni éticas
a punto ya de perderse nuevamente
en el mundo alucinado
y verde
es atravesado intersectado
por un armatoste trepidante:

Maderamen ruidoso
y catastrófico
tirado
por un caballo en los puros huesos
y conducido por aullantes pequeñas criaturas
niños sin más.

Carro caballo y niños.


Sigo al carro destartalado
y cubierto hasta los bordes
con su macabra carga.
Cuerpos sin vida despojos.
Destinos.

Y los niños recorren la selva
tironeando arrastrando
esos cuerpos.
Algunos tibios todavía.
Los otros, muertos de toda muerte
el alma ausente
ya chupada
por la bella de las cuencas vacías.

Cuco de lengua roja.

Con esfuerzo los suben al vehículo
que no se detiene por ellos:
el flaco caballo, medio muerto
es incapaz de pararse en medio de tanta ruina y
mucho menos arrancar después.

Es la inercia que lo mantiene andando.
Y ya desbordado hasta el grotesco
de cadáveres de guerreros
el carro llega al campamento


Geografías

La Curtiembre

Planeta de maderas y fogatas.
Mundo de despojos y de febriles labores.
Cientos de carros faenando sus pertenencias
al costado de las hogueras, donde se secan las pieles
de los cuerpos deshollados.
Pieles apergaminadas que el fuego hace crujir.

Hábiles los mocosos, expertos de ojos enormes
despojan a los despojos
de lo poco que tienen.
Tenue protección contra el filo del mundo.
Filo de cuchillitos que separan la grasa del pellejo
con habilidad exquisita
y arrojan el bollo delicado a la vera
de las hogueras
donde otros, de miradas igualmente ávidas
de fuego y perfección
tensan el desholle en bastidores
puestos a secar y lamen con trapitos
los restos de
grasa carne tendones
sangre
hasta lograr la superficie pulida
sin mácula
la superficie cabal.

Y entonces chiflan.
Los dedos en la boca
el aire saliendo sibilante y fuerte
entre los diques de los labios.
Chiflan y aparecen los viejos
que, con golpecitos y caricias
sobre sus pequeñas cabecitas
alaban, celebran las obras de los menores
y, eligiendo los mejores retazos
los toman cariñosamente y se meten
con ellos
en la espesura.

Entonces el escribiente prueba la pluma entintada
en su propia piel
en un brazo tan marcado
por las arrugas de una edad provecta
como por las rías de tinta
que recorren esos valles carnosos.
Detiene la pluma entintada de negro
en el aire húmedo de la maleza.
Tinta negra sobre pluma blanca.
Y, sin pensar
vacío de pensamiento propio
de necesidad
de propósito
escribe en el pergamino de hombre
cuidando la forma
de una caligrafía trabajada y hermosa
escribe lo que le dicta una voz
escribe la voz de una guerra.


Noticias #

Una escuadra paraguaya
Perdida en la selva
Asalta y destruye el campamento.
Ignatius se une a la fiesta

Pasan corriendo los niños.
Chirriando las voces en gritos.
Aterrados huyen los pequeños desholladores
de hombres morenos y peludos
que saltan como monos
y descuartizan todo lo que se pone
a tiro de sus machetes chorreantes.
Corro yo
también con ellos y golpeo
y hiero con mi bayoneta calada
que también chorrea la sangre
de púberes despavoridos.

Ahora guío a los paraguayos hacia la
maleza
donde sé
que se escribe el relato de esta guerra.
Ellos en su lengua
yo en la mía
cruzamos
el borde pelado de la selva
del idioma.

Nos introducimos en la maraña de los viejos
y tajeamos y destruímos
plumas y personas
relatos infortunados y gloriosos.
Barremos con todo y con todos.
Los viejos imploran por una piedad que no les llega
y se retuercen en el suelo
con las plumas entintadas clavadas en los ojos
las manos deshechas las gargantas afónicas
de plañir en la inmundicia de sus esfínteres derrotados.

Y el fuego que no llega
que la selva húmeda nos niega
para quemar y hacer cenizas
de las pieles bellamente escritas.

Es entonces el fulgor destructivo
de esos hombres
y es mi baile festivo de aniquilación
del relato
que toma su lugar:
El lugar del fuego purificador.
El cuchillo y la bota y el barro
haciendo pasta, picando, moliendo
devolviendo a la muerte dueña
las pieles de los difuntos
los escritos de la guerra
dispersándose en el esponjoso suelo
de verdores rancios y de insectos glotones.

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